lunes, 24 de junio de 2013

El Turco

No se de dónde me salen las ganas de vivir, el fuelle, la gasofa, ese algo que me impulsa a seguir deambulando día tras día por estas calles. He perdido toda fe en la humanidad y aquí me tienes, sigo de pie, rezumando palabras desde la boca de mi estómago; dicen que el hambre agudiza el ingenio. Qué hijos de puta. Menudo humor más retorcido tienen. Igual que yo; quizás sea por eso por lo que estoy aquí, con mis plagas en la boca, rompiendo tablas, porque me río de todos vosotros. Tengo el humor más negro que el pozo en el que vivo. Realmente me gusta. Por eso sigo aquí. Me gusta embadurnarme con la mierda que va soltando la gente a su paso, rastreo su hedor y me embriago; me encanta, realmente me encanta, todos estos deshechos que conforman la Historia, me hacen gracia. Soy fiel a mi condición deplorablemente humana porque soy consciente de la porquería que llevo dentro. De ahí surge el humor. Es un saber estar, un saber dónde y cuándo, ya sabes, poder mirarte desde fuera y olerte y saborearte y decir "¡joder, qué puto asco! ¡Y todos sois como yo!". ¿Te vas a comer ese trozo de pizza?.

Le llamaban El Turco porque tenía un bigote muy grande. Siempre lleno de migas de pan, o de cualquier cosa que se pudiese llevar a la boca. Era una aspiradora callejera. Nadie sabe su historia, y créanme, realmente a nadie le importa.


lunes, 6 de mayo de 2013

Carapena

El ojo izquierdo llora, y la lágrima se oculta precavidamente bajo la almohada, que aplasta el ojo izquierdo, que llora sin querer, impulsivamente. La lágrima, escondida, se templa con la piel de la cara aplastada, que temblorosa dibuja una sonrisa torcida y le da complicidad al ojo derecho, al descubierto, para encubrir a su compañero izquierdo. Y en medio se queda la nariz, sin saber qué decir, oliendo los ecos de un perfume que se fue poco tiempo atrás.

viernes, 3 de mayo de 2013

Logística

-¿Cómo lo haremos?
-Como siempre, como lo hemos hecho de toda la vida.
-Pero la última vez no salió del todo bien, te lo recuerdo.
-Eso fue porque se trataba de tu tía, y ya se sabe que cuando entran los familiares en el asunto, la cosa cambia.
-Bueno, pero este es, aunque sea lejano, pariente mío también.
-No importa. Como siempre, al alba, con la fresquita, mañana mismo.
-¿Llevo yo las cosas?
-No te preocupes, en mi coche caben de sobra, el Gordo no viene esta vez.
-¿Y eso?
-Gastroenteritis. Tendremos que apañárnoslas los dos solos.
-Bueno, él tampoco hacía mucho.
-¿Algo más?
-No, está todo claro.

Mala suerte

Sólo me casé una vez. Ella era tímida, la persona más tímida que jamás conocí; tanto, que era incapaz de mirar al mundo a menos que fuese a través de algún espejito. Tenía espejitos de todas clases, los encontraba a su alrededor, a su alcance: el reflejo de una sopa, deformes figuras en pomos de puertas o la imagen invertida de una cuchara, o cualquier cristal tintado.Un día le rompí su espeijto favorito (redondo y pequeño, era la tapa de un pastillero) en un alarde de torpeza, y me gané desde entonces 48 años de mala suerte y cautiverio matrimonial.

El crédulo

El otro día vi algo extraño. Cuando se lo cuento a la gente, no me cree. "Ayer vi a una monja, una monja bajo un olivo", digo, "¿Y qué hacía allí?", me dicen, "no lo se, no se quién es, no se nada de ella, solo se que estaba allí",explico, "¿Y luego?",exigen, "luego nada, me fui y no vi nada más". La gente no se contenta con tener fe en los pequeños milagros de cada día.

jueves, 28 de febrero de 2013

Zonas

Una serie de maravillosas casualidades es lo que me lleva conectando con el mundo toda la vida. Las casualidades de las de verdad, de las que tres semáforos se ponen en verde a tu paso, de las que encuentras las llaves a la primera, de las que suena el teléfono justo cuando ibas a llamar tú a esa misma persona que se te adelantó llamándote a ti antes. A veces no sé si hablo de casualidad o pura suerte; suerte a secas, porque la hay mala, de cuando cruzas la calle en verde sin que se de cuenta una moto, o de cuando encuentras las llaves a la primera pero no son las tuyas, o de cuando deseabas ser tú quien llamase a la persona que marcó antes que tú tu número para no quedar del todo mal. Yo sé que tengo muchas suertes.

Pero en ese momento, en esa eclosión de probabilidades remotas que se intersecan en un mismo punto, un punto en un espacio, en un tiempo, idénticos, proyectando ese halo de suerte en mi persona, es pura magia; mil veces más magia que el conejo que sale de la chistera, o incluso de la chistera que sale del conejo. Dos personas andando por la calle, en sentidos opuestos, avanzan hasta encontrarse en una zona común. Y eligen el mismo desvío, la misma opción de entre las dos que se sitúan a cada lado de ambos, y se chocan. Magia.
Segundos antes de que ocurra el milagro, se sucede un vuelco, un presentimiento, un chute de hormonas antes de que mi piel se cruce con esa pequeña sección de suerte en el espaciotiempo; son los bigotes del gato, como aspas de viento, las que captan antes que él mismo el choque orgánico de su cuerpo contra la casualidad. Y entonces se cumple.

"Manos arriba", me dicen los pelos de la nuca mientras me atraca la sorpresa. Un giro, y ahí está. Las pupilas, cuatro pupilas, por parejas se miran en sentidos opuestos, y chocan, aun teniendo 359 grados más de posibilidades. Y de entre todo el mundo que me rodea, de entre todas las casualidades que desean encontrarme en él, apareces tú. Por si no fuese suficiente casualidad, dos sonrisas se dan de lleno una frente a otra, a la vez.

Pensar que esto no es así, que funciona de otro modo, que el universo no me tiene como una elegida etérea para sus planes de ordenación cosmológica, es quitarle todo el encanto. Sería como pensar que no tendrías por qué haber estado ahí, que podrías haber sido otro cualquiera. Me niego a pensar que podrías no haber estado allí.

Quiero volver a encontrarte. Sé que desde entonces la suerte está de mi lado.

jueves, 27 de diciembre de 2012

La bella época

-No, no te voy a compartir con nadie.
-¿Pero quién ha hablado de compartir?
-¿Ah, no? Entonces estamos hablando de dejarlo.
-No, no, estoy hablando de otra cosa, no hace falta ponerse tremendista.

Se persiguen alrededor de una mesa redonda, aunque más bien parecen huírse. Ella se para y coloca cuatro dedos contra la madera, a modo de potro, sobre las que asienta sus palabras, rojas como su boca. Él abre mucho la nariz y aprieta los labios.

-Estoy hablando de por qué no se puede considerar el sexo como arte, ¿entiendes?. Cada cual lo hace a su manera, tiene su estilo, sus fetiches, sus tópicos, ya sabes, cada uno se forja una identidad a través del sexo.
-Y tú quieres tirártelo.
-Vamos a ver, no estamos hablando de eso; quiero decir que si el sexo es un arte, también hay artistas, y si hay artistas, también hay público, ¿comprendes?. Hay quienes quieren tener Mirós en sus paredes, y podría haber quienes quieren poseer a alguien, en su cama, admirar su arte.
-¿Y yo no soy un artista?
-No creo que Van Gogh pidiese una felación después de pintar sus girasoles, no sé si me entiendes.